En la mira

No claudiques

 

El clásico dicho “Todo tiempo pasado fue mejor” se aplica a ciertos instantes felices de nuestra vida, pero en general y con estadísticas en la mano no es real.

Los avances tecnológicos y la concientización tanto política como cultural le dan a nuestra calidad de vida un estatus muy superior al que ha tenido en el pasado.

Y si nos remontamos cien años los cambios son notables.

Pero además, si desmenuzamos la vida en México antes y después de la Revolución los cambios son todavía más notorios, sobre todo entre los obreros y los campesinos. La jornada laboral, reducida a 40 horas a la semana, la eliminación de las Tiendas de Raya y del trato de esclavos que tenían los que se dedicaban a las labores en las haciendas son logros que han cambiado la faz de nuestra nación.

Por lo que a la vida política nacional se refiere, lo cierto es que sí hay democracia, libertades de expresión, de prensa, de reunión, de participación política, de manifestación… Los avances son innegables.

Por otra parte, la corrupción sigue siendo parte de la forma de vida de los empleados federales, estatales, municipales… Está en todos los niveles. Para eliminarla necesitaremos un cambio de mentalidad, una reeducación. No sólo eso, hay mucho que mejorar y mucho que cambiar radicalmente.

En nuestro país, como en todo el mundo, tenemos avances, pero también lacras para las que hay que encontrar la forma de dejar atrás.

¿Y la Revolución? El 20 de noviembre se cumplirán 100 años de la fecha que se había fijado como la señalada para el comienzo de la lucha y la pregunta que algunos se hacen es ¿Valió la pena?

La respuesta es sí, a pesar de todo.

¿Qué es ese “a pesar de todo”?:

1.- El que encabezó la lucha, Francisco I. Madero, era un hacendado que lo único que quería era sustituir a Porfirio Díaz al frente de la presidencia. No tenía un proyecto político y/o ideológico; pero lo cierto es que, “a pesar de eso” levantó en armas a muchos que sí lo tenían. Lograron la renuncia de Díaz y los cambios que buscaban para el obrero y el campesino, la masa de la población.

2.- Los hombres que comenzaron el movimiento revolucionario tenían las debilidades propias de aquellos poco preparados cultural y emocionalmente que toman las armas y como tales reaccionaron. Huerta asesinó a Madero, Carranza asesinó a Zapata, Obregón asesinó a Villa y a Carranza… Podemos afirmar que ninguno se salva del señalamiento de haber cometido tropelías y asesinatos impunes. El mismo Lázaro Cárdenas queda por lo menos salpicado en el asesinato de Venustiano Carranza.

Pero, “a pesar de todo” y de todos, Lázaro expropió la industria petrolera, permitió manifestaciones populares sin distingos, expulsó del gobierno y del país a los políticos que querían seguir viviendo en el pasado y podemos decir que en ese sexenio quedó trazada una línea divisoria entre el México postrevolucionario de la lucha de facciones y el moderno.

Cada mandatario posterior a Cárdenas tuvo su estilo personal de gobernar. Basta nombrarlos para recordar logros y/o para condenarlos: Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz Bolaños Cacho, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo y Pacheco, Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quezada y Felipe Calderón Hinojosa.

No cabe duda, cada uno, salvo el último, arrastra seis años de historia de nuestra nación, para bien o para mal, pero “a pesar de todo” llegamos al 2010 con la conciencia de que “si hubiéramos hecho las cosas de esta manera, o de la otra…”, “si no hubiéramos dejado al PRI 70 años al frente del gobierno…”, ¿Qué México tendríamos?

Pero, para esos efectos, el “hubiera” no existe. Vivimos en el México del 2010, con graves problemas de inseguridad sobre todo, saliendo apenas de dos crisis mundiales, una económica y otra de salud, con una lucha feroz contra los narcotraficantes que actúan como psicópatas en la guerra que sostienen entre ellos para dominar plazas y que no se tocan el corazón para asesinar a quien sea.

Y de ésta también vamos a salir. El catastrofismo hay que dejarlo como parte de la personalidad de los pesimistas. Como decía aquél clásico: “Voltear para atrás, ni para tomar impulso”. No hay mal que dure cien años, lo importante es seguir con la vista al frente y con la cabeza en alto, no cejar, no claudicar.

Éste, por cierto, es el mejor corolario.

Si en la lid el destino te derriba,

si todo en tu camino es cuesta arriba;

si tu sonrisa es ansia insatisfecha,

si hay faena excesiva y vil cosecha;

si a tu caudal se contraponen diques,

Date una tregua, pero ¡no claudiques!

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